Ya son 45 los años que tengo. Se podría decir que soy un adulto, un señor. Sin embargo, aún me choca cuando me llaman de usted y sigo vistiendo con vaqueros, camisetas y zapatillas Converse. Podría decirse que tengo un ligero sindrome de Peter Pan.
Lo curioso es que ya no pienso como antes. Acelero menos mi coche o mi moto. Soy menos impulsivo y mas reflexivo y tolero menos a los gilipollas y sus gilipolleces.
Me apetece más que antes ponerme una camisa y pantalones chinos y cuando veo a las pandillas de botellón no siento envidia.
Me sigo fijando en la chicas bonitas. Las mujeres de 40 y tantos, qué antes para mi eran transparentes, ahora son mis favoritas.
Por todo esto podría decirse que estoy mejor. Que la madurez me sienta bien. Pero no es del todo verdad:
Echo de menos a mis amigos, a mi panda de antes. Y cómo dice la canción de Celtas Cortos:
¿Recuerdas aquella noche en la cabaña del Turmo?
Las risas que nos hacíamos antes todos juntos
Hoy no queda casi nadie de los de antes
Y los que hay, han cambiado
Han cambiado, uh